La noche es una boca de lobo. Los vecinos están solos. No está la ley. Hace tiempo no está la ley. Los declamadores del estado presente se las tomaron de Rosario. El tardío mensaje del presidente que da por descubierto el narcotráfico cuando casi termina su mandato es un insulto a la inteligencia. La cámara panea con lo que le permiten ver unos farolitos desnutridos en el barrio Los Pumitas, donde la muerte de un nene de 11 años rompió el miedo.
Tuvieron que ser ellos, con sus manos, por sus hijos, los que fueran a derrumbar los bunkers narcos, esos de los que la policía recauda de espaldas a la comunidad. A esa hora estarían encerrados porque a las 8 de la noche cunde un virtual toque de queda no declarado en Rosario y no sólo en los barrios pobres. Pero esta noche han salido a la calle. Hay un ojo que los ve. Existen por la señal en vivo de la televisión que incluso los muestra en Buenos Aires, ese lugar donde se asienta el poder que los hace invisibles. Que en vez de protegerlos les dice que su causa está perdida. A dos días de que el ministro de Seguridad vociferara que ganaron los narcos, ellos salieron a darles pelea. Y siguen, a pesar de las amenazas de bala y plomo que los sicarios enmascarados les mandan por whatsapp. Sí, por Whatsapp. Así de cercanos. Con atención personalizada esparcen el terror. Ellos dan la cara, impunes, mientras los inocentes se esconden para que no los marquen.
La cámara sigue paneando y no encuentra un solo patrullero. Y en ese momento, de la nada, una señora sorprende al periodista y con la respiración cortada por el miedo, habla a pesar de todo. “Nadie está con nosotros”, denuncia desde una desgarradora intemperie. “Allá en el pasillo donde vivo están tirando ahora”, avisa aterrada. Pero no se acobarda. “Yo ya estoy jugada porque sali en todos los canales pero aunque me maten estoy aquí porque queremos que los chicos tengan su libertad”. Habla de la libertad para ir a la canchita o para jugar a las muñecas sin quedarse encerrados. “No queremos chicos que estén en la casa como en una cárcel”, explica. Los chicos presos de Rosario son la otra cara de los sicarios sueltos, alimentados de órdenes que llegan de los narcos falsamente presos.
En el mensaje del presidente no se oye ni un anuncio sobre los celulares en las prisiones, ni sobre inteligencia penitenciaria. Los vecinos de la mujer que habla asienten mientras la escuchan, pero cubren sus rostros. De pronto, alguien avisa en un susurro que corren peligro sus casas y empiezan a irse en silencio. Pero la mujer no calla. Encuentra coraje en decir lo que pasa, y le muestra a la cámara lo que no hay. Policia. “¿Por qué nos dejan tirados?”, se pregunta. Ella es tía de Máximo, el nene que mataron. Alguien le muestra a la cámara su camiseta de fútbol, la número 11, que ya no podrá vestir. Nenes llorando por un nene acribillado. Despojados de vida y de inocencia en el reino narco que desangra a Rosario. “No hay nadie”, sigue mostrando la mujer. “Solo los periodistas”, insiste. Hace un momento de silencio y estalla. “No se puede vivir con la puta inseguridad”, grita. “Esas ratas no nos ayudan”, denuncia. “¿Cuándo es? Hoy, es cuando tienen que reaccionar”, se desespera.
La desolación lleva casi dos horas por televisión nacional, transmitida en vivo. Sin que sea suficiente para que alguna autoridad se apiade o simule que se encargan. Pero la voz de esa mujer parece haber logrado lo imposible. En el fondo del cuadro. Al borde del límite entre la canchita y el laberinto del barrio insondable aparecen como forasteros, uno, dos, tres, cinco patrulleros. Nadie baja. Se quedan allí como en una exhibición. ¿Quieren mostrar que están? ¿O sólo provocan? ¿O en realidad desafían esos mismos que ya no responden a la comunidad?
En Rosario la policía no responde a sus mandos constitucionales. Y es una mujer anónima y desguarnecida quien sale en esa tierra sin ley, a exigir no por sus derechos sino por los de sus hijos. Para esa mujer anónima, valiente, y sola, no es admisible que ganen los narcos. No vamos a decir su nombre. La buscamos. Pero el terror volvió a cundir después de otra noche sin sueño. El narcotráfico los mata y el miedo las amordaza, pero no podemos dejarlas sin voz.
En el día de la mujer, a todos los cobardes en uniforme o vestidos de burócratas que dieron o dan la espalda, que les llegue el mensaje de todas las madres que se juegan la vida en medio de la puta inseguridad, mientras muchos de ellos cuentan la plata sucia ganada a costa, de la sangre derramada de sus niños.