Mientras el ex presidente español Felipe Gonzalez se esforzaba por convencer a los presentes de las bondades de un pacto como el de la Moncloa en Argentina en un salón del hotel Alvear, tenía en primera fila separados por apenas un pasillo todo un conflicto de poderes. Lo escuchaban tres jueces de la Corte Suprema de un lado y tres ministros del gobierno del otro. En ese lugar tan recoleto, y en ese evento tan comedido organizado por la Sociedad Rural, nadie hubiera dicho, que el máximo tribunal acababa de enfurecer a la vicepresidenta con un fallo en el que llamó trampa lisa y llana a la maniobra de la señora Kirchner para quedarse con una silla más en el organismo que designa o echa a los jueces. Nunca el kirchnerismo había llegado a tanto. Cambiar la composición de los bloques de la cámara alta, para quedarse con el lugar que le correspondía al segundo. Ardid, manipulación, aritificio, mala fe. Todo eso dijo la Corte Suprema.
Qué lejos parecen quedar las Moncloas en Argentina si a una de las partes se le ocurre que las reglas no le gustan y todo el tiempo se dedica a intentar cambiarlas, especialmente cuando se trata de quedar impune. Es tanto lo que desespera a la vicepresidenta quedarse con la justicia, que en el caso del Consejo de la Magistratura llegó a hacer algo que toca lo más sagrado de la democracia: alterar los repartos que devienen del voto popular. Es como si un mismo club hubiera querido quedarse con el primer y segundo lugar de la tabla para que el verdadero segundo no jugara la Libertadores. ¿Cómo hacer un pacto de la Moncloa si entre los que deberían acordar hay uno que no sólo quiere llevarse la pelota si pierde sino también el silbato del árbitro?
El líder socialista me reconoció en unas respuestas que pude robarle al final de la charla que habían existido una vez más buenos oficios para que él intentara algo parecido a una mediación en la política argentina.
Entre quienes escuchaban con atención al premier español estaban el jefe de Gabinete Juan Mansur, el ministro del Interior Wado de Pedro y el titular de la AFI Agustín Rossi. Pero del oficialismo quien más inmutable, casi sin que se le moviera un musculo de la cara lo escuchaba era Hugo Moyano. Gonzalez contó una infidencia sobre antiguas conversaciones con el líder sindical a quien llamó Don Hugo, en las que éste le decía que en Argentina hacía falta un acuerdo. Épocas distintas si uno considera las recientes amenazas de su hijo Pablo si gana la oposición. Pero lo más delicado fue lo que Gonzalez contó sobre cómo habían combatido a la inflación en la España e los 80: Se habían propuesto negociar los salarios con la inflación prevista no con la inflación pasada, para detener la galopada.
Veamos. En la Argentina la inflación prevista es de 60% y nadie cree que se cumpla eso que dice el presupuesto. De hecho, Camioneros negoció por más del 100%. La galopada, bien gracias.
En el evento había poca presencia del Pro que en otro lugar de la ciudad se encontraba con el líder del Partido Popular español y tenían aún atragantada la medialuna por el desayuno en que disimularon hacer las pases en una interna que se calienta. En los cotilleos anteriores a la conferencia de Felipe, un enviado a Washington de las filas de la oposición contaba que los norteamericanos no perdonan la promesa del Presidente argentino a Putin de ser “la puerta de entrada para Rusia en Latinoamerica”.
Todavía da vergüenza escuchar este audio. Felipe Gonzalez también fue tajante con Rusia: dijo que “la guerra de Putin era una guerra caprichosa en la que no hubo ni una sola verdad”. Pero que la guerra había cambiado al mundo geopolíticamente y que Latinoamerica tenía una oportunidad de relocalizar su rol en forma positiva. Que para esto nuestro país debía tomar decisiones y lograr acuerdos. Que esperaba que Lula fuera pragmático y que no había que olvidar que vivimos en un mundo donde se cuestiona las democracias porque la política ha fracasado en ser eficiente y que sin duda hay que combatir al populismo.
Desde hace 40 años le vienen preguntando a Felipe Gonzalez si es posible en la Argentina un acuerdo como el que existió en España hace 45 años. Aquí ese concepto del enemigo que él menciona es en muchos sentidos el que prevalece y en la propia España hay grietas que paradójicamente recuerdan a la Argentina. El kirchnerismo de hecho basa la política en la construcción del enemigo.
En este flujo y reflujo de la historia donde increíblemente campean los mismos problemas de hace 4 décadas, como lo son la inflación o la falta de acuerdos, y en medio de las frustraciones permanentes por la decadencia sin pausa, que nos angustia todos los días, quizás, para no cargarle a la democracia la factura por tanta desilusión es mejor quedarse con otra frase extroardinaria y clarísima del ex jefe del gobierno español: “La democracia no garantiza un buen gobierno, amigos, sólo garantiza que lo echamos”. Es el ABC de la cuestión: Hay que encontrar la salida votando.