Viernes, 19 Agosto 2022 11:39

"Son un populismo sin plata y empiezan a ser un populismo sin pueblo"

Escuchá el comentario editorial de Cristina Pérez.

Un hombre de la provincia de Buenos Aires se atrevió a decirle sin vueltas a Cristina lo que notaba en la calle por la crisis, que la paciencia de la gente se había esfumado y que el sentimiento ya no era el de la total fidelidad al que ella estaba acostumbrada. Se lo dijo en términos durísimos. Y por celular. “Ella enfurecida le cortó el teléfono”, cuenta una fuente íntima del que se quedó hablando solo. Quizás le cortó el teléfono porque sabe que tiene razón, aunque no lo admita. Que entre los propios también empieza a calar una realidad difícil y una consecuencia aún más difícil de aceptar: no solo son un populismo sin plata, también empiezan a ser un populismo sin pueblo. Según algunos estudios el núcleo duro bajó el umbral del 25% y se achica hacia el 20. 

La corrida de julio, en parte producida por la desestabilización del cristinismo a Martin Guzmán, generó una paradoja. El terror a un colapso hizo que la vicepresidenta aceptara medidas que son aún más drásticas que las que le negaban al ex ministro de Economía. ¿Pero realmente las aceptó o sólo está buscando ganar tiempo? Y por eso es que el impulso de designar a Sergio Massa vino seguido por demoras, y desconfianzas.

Las idas y vueltas de un acuerdo con el campo, es el mejor ejemplo de eso. Están las cuestiones técnicas que no son sencillas porque involucran el valor del dólar, pero están sobre todo, los viejos resquemores de siempre. “El rencor es un lujo muy caro cuando hay crisis”, dice un dirigente más moderado. La necesidad cambia a la gente, es cierto, pero no a toda. ¿Creer o no creer? Los antecedentes no son buenos para los confiados.

Mientras tanto, el tiempo que pasa es la calma que huye. La paciencia no sólo se agota porque la gente no da más sino porque el discurso de Sergio Massa que tan bien cae en círculos como el Council de las Américas cuando habla de consensos, no logra hacer pie por algo muy simple: si hay una desconfianza jurada entre los miembros de la propia coalición, qué decir de la oposición. ¿Quién será el líder duro de los opositores que saludó a Sergio Massa y le deseó suerte pero le pidió que no lo nombrara? Sólo que haya contado en público esa anécdota, eriza el espinazo de los que con conocimiento no le creen nada al tigrense. El bocadito envenenado iba directo a la interna de Juntos por el Cambio. En el sentido de un acuerdo, la oposición, más allá de los vínculos personales que pueda tener el ministro de economía con algunos moderados, rechaza la idea de un acuerdo entre personas o cúpulas, y reitera, que el único espacio para acordar es el congreso. No se calma sin embargo la sospecha de que algún moderado pueda caer en una trampa, y de eso da cuenta el Lilita gate. Esta posición se consolidó cuando, luego de la salida de Guzmán había empezado a circular el rumor de una propuesta del gobierno para un acuerdo, que finalmente nunca tuvo emisarios claros. ¿Había sido Massa el que la echó a rodar y por eso su llegada a Economía activó el sistema inmune de Elisa Carrió?

¿Cristina puso a Sergio para apoyarlo o para quemarlo? Esta otra pregunta tan simple como conspirativa tiene un trasfondo. Cualquiera sabe que ella mide el futuro con la vara electoral y si algo ha hecho prevalecer es su plan para que la Campora avance en cargos y en listas. Dicen que a Alberto le terminó de hacer la cruz cuando insistía con su reelección. Y dicen quienes saben que Massa en realidad le habló a Cristina cuando le dijo a los hombres del campo que no será candidato en 2023. Él sabe que ella duda que él cumpla con el pacto prometido cuando lo designó y entonces manda de mensajeros a los enemigos públicos número uno o dos de la señora, los de la mesa de enlace. Es que ella fue clarísima. “El que mata no hereda, Sergio”, le advirtió cuando aceptó empoderarlo como ministro de economía que es lo mismo, en un punto, que mandarlo a la silla eléctrica en un país como Argentina.  

Cristina y los cristinistas repiten porque lo creen o para convencerse y convencer, que ella nunca irá presa. Con la oblea de intocable, para la jefa, se mofan del alegato de Luciani y de todo lo que pueda hacer la justicia, como si los tribunales fueran totalmente impotentes ante Cristina. No advierten que la señora ya está presa en el poder para no ir presa. No advierten que para quien se creyó redimida por la historia porque volvió al poder a pesar de ocho procesamientos por corrupción, la condena social o electoral puede ser peor que la de los jueces. Digan lo que digan, a Cristina sí le importa. No sólo le importa. La desvela.

No es para menos. Es inminente un pedido de prisión por parte del fiscal Diego Luciani que se apresta a concluir su alegato en la causa Vialidad. Difícilmente luego de denunciar que “Cristina y Néstor Kirchner instalaron una de las matrices más extroardinarias de corrupción”, no esté más cerca de la pena máxima de 16 años que de la mínima o de la absolución. Y que como las piezas de domino, con la causa del delito precedente consolidada, lo más probable es que Hotesur Los Sauces, retome el cauce del juicio oral que nunca debió haberse convertido en sobreseimiento. Allí también están imputados los hijos de la vicepresidenta. En ese sentido, en las últimas horas, la Cámara de Casación rechazó el pedido de Cristina Kirchner para apartar de la investigación a la jueza Adriana Pallioti. Pallioti fue la única magistrada que de hecho votó en contra del sobreseimiento sin juicio oral.

Cuando llegan los problemas no vienen solos sino en batallones. La encrucijada de la hora es económica, política y judicial para Cristina y su gobierno. Lo más increíble, es que todos los análisis apenas consideran el tiempo que va de aquí al mundial. En Argentina más que nunca se vive al día. Aunque falte un año y tres meses de mandato nadie se arriesga a decir cómo sigue la historia. La pregunta podría ser la que suelen hacerse los mercados: ¿Qué primará en la señora, el miedo o la codicia? Ya sé, no lo digan.