Dicen que sólo hay un tiempo más largo que el de los que esperan y es el tiempo de la agonía. Estos cuatro años de gobierno kirchnerista fueron una agonía. Por la guerra política y los bloqueos de Cristina Fernandez a Alberto Fernandez, anticipó su fase terminal desde el principio, convirtiéndose en una interna permanente. Guerra más que interna, que ya en el último año incluyó hasta un golpe de palacio donde la misma que había puesto en un tuit al candidato a presidente, lo suplantó de hecho con el tercer aliado, con Sergio Massa como ministro de economía, pero sumando todo el poder del estado, bajo directa supervisión de la señora.
Toda esta disfuncionalidad y la interna peronista en el seno del gobierno la pagaron los argentinos. Pero ojala se tratara únicamente de la falta de resultados, que ya es una catástrofe en un país con tantas urgencias. Los números del desastre económico serían suficientes para describir un país postrado, que se empobrece minuto a minuto con el avance carnívoro de la inflación y con una economía en coma inducida por el efecto de cepos y más cepos. Esa agonía no sólo no soluciona los problemas, sino que los profundiza, pero eso sí, en cámara lenta, produciendo la falsa sensación de que las cosas están igual mientras sólo están peor.
Está terminando el gobierno de Alberto y Cristina Fernandez, o mejor dicho, de Cristina y Alberto Fernandez. En estos casi cuatro años, él nunca fue lo que prometía cuando lo llamaban el Alberto moderado y anunciaba que convocaría a la unión nacional. Un auténtico deja vu pensando en el presente. Más temprano que tarde se revelo la verdadera naturaleza de un gobierno en el que el vértice del poder constitucional, que es el presidente, estaría pintado. Pero eso no sólo fue mérito de Cristina.
El presidente que con ínfulas de padre de la patria durante la primera parte de la pandemia había logrado marcas de popularidad sin antecedentes, se probó un mentiroso. Primero ejecutó un experimento totalitario con la pandemia, extendiendo el encierro para beneficio político, luego se supo que mientras llamaba a quedarse en casa, en Olivos había fiestas y un desfile de visitantes y excepciones. Pero al fraude moral personal se le sumaron los vacunados vip, el bloqueo a las vacunas norteamericanas por arreglos con Rusia y China, y contratos que aún siguen en la oscuridad. De nada de eso estuvo excluida la vicepresidenta que favoreció su alineamiento con los regímenes autocráticos llegando incluso a justificar la invasión rusa de Ucrania. De la pandemia y de la guerra ningún país de la región salió con una inflación incontrolable. Argentina sí. La necesidad económica hizo que Alberto Fernandez pasara de ofrecerle a Vladimir Putin ser la puerta de entrada de Rusia a Latinoamerica a pasar la gorra en la Casa Blanca para obtener ayuda de Estados Unidos en las negociaciones con el Fondo Monetario.
A la inflación ruinosa que ya volaba por los aires se le agregó en las elecciones de medio término y más escandalosamente en esta última campaña, montañas de dinero para planes platita que sólo la multiplicaron, multiplicando las penurias. El kirchnerismo es un sistema empobrecedor que para preservarse en el poder genera dependencia del estado encubierta en un falso altruismo. El empobrecimiento llegó a tal punto que el 30 por ciento de los trabjadores en blanco también es pobre. Inauguraron la estrafalaria y cruel categoría de trabajadores a quienes no les alcanza con trabajar para no ser pobres.
Un país que devaluó a su moneda y a su gente, destruyendo toda noción de valor y humillando a las personas en la pobreza. Todo, con el agravante de no tener salida. El cepo, también es un cepo al progreso. El estado, un cautiverio para una vida miserable. Pero no miserable para ellos, que la pasan bárbaro. Habría que hacer un programa de turismo de lujo con los viajes de Insaurralde. Se supo que en uno que no es el de Marbella sino a República Dominicana gastó 200 mil dólares. Siendo nada más que un funcionario público ya sabemos de donde se presume que viene el dinero. Mucho dinero. Pero ni eso ni los ñoquis de Chocolate, ni las conexiones del puntero con el massismo, pone a nadie colorado. La corrupción nunca se fue. Al contrario, con Cristina regresó al poder. Ella es la primera ex presidenta condenada por corrupción y todavía tiene un grave frente judicial al que dar respuestas. Por eso no es tan difícil entender sus objetivos. Cuando Cristina busca descabezar el poder judicial, lo hace con una certeza: su única manera de zafar de sus causas es terminar con la justicia como la conocemos, es terminar con la república. Ella siempre quiso un sistema más parecido al bolivariano y lo seguirá intentando. ¿Alguien puede creer que no tendrá influencia o poder de presión en un gobierno de Massa? No sólo por tener ocupadas sus listas que encabeza su propio hijo. Basta recordar que a Alberto Fernandez le pobló 70% del presupuesto con funcionarios de La Cámpora. Y le minó el resto del gobierno todo el tiempo al punto de dejarle nada más que una lapicera sin tinta.
Está terminando un gobierno que castigó a los argentinos, que negó sus responsabilidades en forma psicopática y produjo una crisis que los expertos comparan con el 2001 con el agravante de no tener ya las reservas de entonces para intentar una salida. Estamos en el principio del fin o en el principio de la continuidad. Todo depende de las elecciones. Son tan perversos en el poder que la eficiencia la destinan a intentar quedarse ahí para siempre. El domingo se verá si Cristina sube al escenario con Massa o se queda haciendo la valija para ir a Roma porque Javier Milei es presidente.