Miércoles, 26 Junio 2024 15:29

"Argentina entre dos modelos"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas.

No es fácil en un comentario editorial llegar a las tramas más profundas del cambio que transita el país y el mundo. El día a día tiene una fuerza centrífuga tal en Argentina que parece difícil escaparse del presente, de la coyuntura pura y dura, que va del valor del dólar a las angustias por la desaparición de una criatura en Corrientes. Todo tiene el pulso del minuto a minuto, ni siquiera del hora a hora.

Pero si uno intenta alejarse, incluso de los bramidos que el debate estridente de Argentina ofrece, se puede encontrar trazos gruesos interesantes. Cuando hablo de bramidos, usando un sonido animal, como es el que emite un toro, pero también una voz que en el repertorio humano se usa para la furia, lo que quiero decir es que aún nos habita el enojo. No sólo el enojo que encarna el propio presidente. Hoy hay muchos enojados en Argentina. Y cuando el enojo se pone por delante del análisis, al análisis lo reemplaza la emocionalidad. El enojo ha sido un buen método político para una Argentina traumada por sus frustraciones. En eso conecta perfectamente Javier Milei con parte de su electorado, pero sería equivocado pensar que sólo están ahí por el enojo.

Hay una madurez que devino de reconocer que el camino de una economía sobrecalentada a toda velocidad sólo podía terminar como el auto de un borracho, chocando contra un árbol. Entonces nos metimos todos en un grupo de autoayuda para la adicción a la inflación y la terapia es rigurosa porque sino el adicto recae.

En estas horas el respetado Ricardo Arriazu, enfrió con un balde de agua helada el debate sobre la salida del cepo: “No hay condiciones para abrir el cepo, dijo; si lo hago hay hiperinflación. Hay que ir gradualmente hacia la apertura, hay que ir saliendo de a poco, permitiendo gradualmente transacciones libres”, aseguró. Arriazu puso una luz roja advirtiendo que el demonio de la hiper aún no está exorcizado del todo.

Es en este contexto que se dan distintos debates en forma paralela en nuestro país: ¿cuánta obra pública debe haber? ¿cuánta asistencia del estado debe haber en las villas o barrios carenciados y cómo debe llegar el dinero? ¿Cuántas empresas públicas deben privatizarse? ¿cómo debe ser la educación pública? ¿qué impuestos deben continuar y cuales levantarse?

Podemos sintetizar el proceso de la siguiente manera. Si con la elección de Javier Milei, Argentina saldó la discusión sobre su sistema económico, ahora la discusión es sobre cómo debe ser el estado.

Venimos de un régimen como el kirchnerista que promovió un modelo de intervención y control del estado sobre la economía a un intento por volver al capitalismo. Pero la salida está cubierta por una gran telaraña, llamada cepo y hay una gran fuerza inercial de todos los sectores donde era el estado el que les generaba la actividad. Un estado que terminó siendo ineficiente, corrupto y obsoleto pero que para esos sectores que hoy lo reclaman era el principal sustento. La reconversión en ciernes requiere una transición en la que el país pueda volver a generar riqueza y esté en condiciones de reconvertir sus recursos humanos para que la fuerza laboral pueda migrar a los nuevos sectores y a la economía del futuro. En el camino está la suerte de 46 millones de personas. El desafío es gigante pero apenas vamos por el intento de reordenar la economía. Mañana, el gobierno tendrá recién lo que llamó las Bases.

Esto que nos ocurre, no ocurre en un mundo tranquilo. No sólo vivimos en un mundo en guerra sino que también existe una gran tensión sistémica. El prestigioso analista Fareed Zakaria acaba de publicar un libro llamado Era de las Revoluciones en el que describe los desafíos al orden de la democracia liberal como la conocemos por parte de poderes autoritarios como China o Rusia pero considera que la principal amenaza para la democracia viene desde adentro en los Estados Unidos que está transitando una elección crucial.

Es en este contexto de tensión entre las principales potencias y también dentro de las mismas que el mundo atraviesa un cambio tecnológico sin precedentes y una crisis de liderazgos fenomenal. Figuras que no son de los países centrales como Volodomir Zelensky de Ucrania o el propio Javier Milei son de los pocos que se destacan por distintos motivos en este desierto de líderes políticos. El presidente de Ucrania encarna la resistencia ante la amenaza que hoy se vierte sobre toda Europa frente a una Rusia beligerante y el presidente argentino corporiza la reacción contra el avance estatal contra el sector privado que para millones que se identifican con él es un avance contra su libertad.

Por estas horas hay quienes se esfuerzan por demostrar que Milei no es liberal sino más bien un ultra conservador. Probablemente Milei combina las dos cosas: es un liberal en lo económico, conservador en lo social y agregaría un optimista tecnológico. Pero su verdadero perfil, más allá de lo que pregone por el mundo, sólo podrá verse cuando pase la actual etapa de reordenamiento de la economía y pueda instrumentar cambios reales en un contexto realista con los límites que imponen las instituciones.

Un reconocimiento de que su predica encontró arraigo fue en estas horas lo dicho por el presidente de Brasil Lula Da Silva: “que no intente gobernar el mundo”, le reclamó. Ya que le haga ese reclamo es una confirmación del atractivo que genera el argentino en el mundo. El éxito se medirá mucho más cerca. Como dijo Milei en el Luna Park al presentar su libro: “no puedo ser presidente del mundo”. Parece una discusión de locos, pero esas cosas se están diciendo aquí y ahora.

En Argentina, lo fundamental, aún está en movimiento, no hay tierra firme, sino unas capas tectónicas que se mueven, no sólo por la crisis económica sino también por la reconfiguración política que planteó el voto a Milei pero también un modelo agotado cuyo principal síntoma son los últimos doce años sin crecimiento del país, arrastrando sucesivas crisis e insoportables mochilas.

Es interesante mirar desapasionadamente más cerca y más lejos lo que pasa en nuestra encendida realidad. Si hiciéramos el ejercicio de Carl Sagan y nos fuéramos aún más lejos, para ver nuestro planeta desde el espacio, veríamos que seguimos siendo apenas un pálido punto azul en la inmensidad del cosmos. Como dice ese texto perenne inspirado en una fotografía de la sonda espacial Voyager tomada a 6 mil millones de kilómetros de la Tierra: “No hay ningún indicio de que vaya a venir alguien en nuestra ayuda para salvarnos de nosotros mismos”.