Como en cualquier final, todos se jugaban mucho, pero en esta, nadie más que él. En realidad, desde el momento en el que se subió al proyecto que heredaba el mejor ciclo de toda la historia del club, Martin Demichelis siempre supo que la lupa sería más aguda que nunca y la mirada examinadora, impiadosa y cruel.
Los números de su gestión son la mejor carta de presentación que podría poner en un imaginario currículum. Ganó tres títulos y obtuvo el sesenta y siete por ciento de los puntos, pero además su primer River “domestico” resultó ser una mezcla de movilidad, toque y goles, para ganar de forma aplastante el primer torneo que jugó. Una comparación rigurosa lo ubica en el mismo lugar que Gallardo en cuanto a resultados obtenidos en los primeros quince meses de gestión. Una falaz lo pone a competir con el mito en el que se convirtió “el Muñeco” luego de casi ocho años y en esa, no solo él, todos pierden.
Hay una realidad. Demichelis sigue siendo un entrenador que está aprendiendo a ser técnico mientras dirige a uno de los clubes más grandes del continente. Jamás será un elemento que diluya su evaluación, pero está en fase de construcción. Su tiempo de prueba y error es tan lógico como parte de su crecimiento en el cargo, aunque la impaciencia sea la atmósfera en la que se acostumbró a respirar desde hace varios meses y a la que él mismo contribuye. Las prematuras y muy seguidas eliminaciones de la Libertadores y la Copa Argentina le presentaron un escenario complejo. Mucho plantel para pocos partidos, lo hicieron caer en una rotación demasiado agresiva cada semana e incluso dentro de cada encuentro. La consecuencia fue la pérdida del ADN de su estilo y de la confianza de las capacidades de los futbolistas.
La inolvidable conquista de la Supercopa ratificó la dinámica. Debió corregir a tiempo su elección primaria para acomodar una formación inicial errática y llamativa. Hizo bien los cambios porque armó mal el equipo. El técnico siempre dispone de una mirada exhaustiva ante cada futbolista, pero asfixiar a Colidio contra una banda o privilegiar a Kranevitter por sobre Villagra, pareció parte de ese sobre-análisis en el que cae a menudo y que también se observa en sus extensas explicaciones técnicas en el contacto con la prensa. De sus decisiones en el campo y su descripción frente a los periodistas se desprende su deseo de mostrar su sabiduría y su capacidad para el cargo que ocupa. Se siente observado, porque efectivamente lo está y los cambios compulsivos y la irregularidad del equipo, parecen pesar más que el invicto que ostenta en este 2024.
La noche cordobesa mostró una faceta hasta aquí desconocida desde su retorno. Imposibilitado de asumir otra postura, o tal vez por temor a un nuevo desaire, jugó al “distraído” cuando Enzo Pérez se acercó a saludar a sus viejos compañeros y solo extendió su mano cuando la cercanía los puso frente a frente. Fue el principio de una montaña rusa de emociones que avivó el fuego con prisa y sin pausa. Se entusiasmó cuando la suerte le hizo un guiño en el gol del empate y explotó como nunca antes cuando el derechazo de Aliendro le dio la calma que necesitaba. Durante casi toda la noche fue el técnico del equipo que perdía el partido, pero con apenas un par de minutos en ventaja le alcanzó para celebrar con sus jugadores, abrazarse con su familia y soltar algunas lágrimas para descargar toda la angustia atragantada.
Fue pasional y contestatario ante los cantos críticos de los hinchas y enfático hasta la verborragia para explicar las razones por las que administra los tiempos de los juveniles. Dejó de lado por un rato su habitual elegancia y su figura de caballero de fina estampa, para ponerse la camiseta con la banda roja por debajo de su europeo saco azul. Se dejó llevar.
Tal vez pueda ser un punto de partida en su relación con la gente. Suena injusto y demasiado ambicioso que la única forma de enamorar al pueblo millonario sea ganando la Libertadores, pero la ausencia del rival eterno y la final en el Monumental le ponen más peso a una mochila que desde ayer debería cargarse con algo más de confort. En principio, recuperar regularidad en el juego y con ella encadenar una secuencia de victorias sería, aunque parezca un objetivo modesto, un buen comienzo.
En lo personal, el tiempo confirmará si algo se sacudió en su interior. En una noche inolvidable, la postura germánica le dejó paso a la vibración latina y la emoción le ganó a la razón. A corazón abierto, sin dudas, Martín Demichelis volvió a ser argentino.