Javier Milei es el presidente más votado de la historia argentina. Su triunfo, basado en las ideas de la libertad individual y de mercado, implica un cataclismo tan impresionante, que podría compararse con una detonación en el corazón de una montaña.
Es imposible empezar a pensar el fenómeno Milei sin pensar en lo que lo precede: el kirchnerismo y lo que el presidente electo llama un “modelo empobrecedor”. El kirchnerismo convirtió a la Argentina en una distopia donde el estado buscó tomar control de cada resquicio de la economía y que en la pandemia llevó el experimento a la vida de las personas. Puede ser visto como un gran cepo que atrapaba todo bajo su poder con la justificación de un supuesto estado presente que otorga derechos a los que menos tienen pero que en los hechos sólo buscó quedarse con todo para ellos. Para el resto, restricciones. Para todos y todas. Después de dos décadas, los que menos tienen son más de la mitad del país y la corrupción reina sobre esa escandalosa pobreza. La mentira del estado presente es la que ayer estalló por los aires. Cuando se apagó la luz, sus reyes aparecieron desnudos: la vicepresidenta huyendo hacia Roma para hablar increíblemente de la insatisfacción democrática sin hacerse cargo de nada, y el ministro candidato que dijo amar a Argentina como a sus hijos, tomando licencia en el momento más incierto, porque ya el poder no le sirve. Al final, quizás el único legado que le quede al fantasmagórico Alberto Fernandez sea mostrarse civilizado para una transición.
Hay un libro que fue una biblia del pensamiento libertario en los Estados Unidos: se llama La Rebelión de Atlas y lo escribió Ayn Rand en la década del 50. Plantea un país al borde del colapso económico luego de años de desgobierno colectivista en el que los ciudadanos que producen o son innovadores son explotados para sostener a los que no trabajan y no producen. ¿Qué pasa si un día todas esas personas se cansan de llevar el peso del estado sobre sus hombros? ¿Qué pasa si Atlas se cansa de llevar el mundo en sus espaldas? ¿Acaso no es eso lo que representa Javier Milei? En países como Estados Unidos, una historia como la de Ayn Rand es una historia imaginaria y ficticia. En Argentina no. El país es una rueda cruzada con un palo: no anda.
Es muy difícil que un libertario compita dentro del sistema y que encima gane, dijo con más o menos estas palabras, Javier Milei. La Argentina buscó su reseteo del sistema cambiando totalmente el software.
Uno de los grandes éxitos de Milei fue su idea de la casta política. Pero fue un éxito porque iluminó algo que ya estaba presente en la percepción de millones de ciudadanos que vieron cómo desde la crisis de 2001 se perdió oportunidades, se robó dinero y no se salió del desastre. Es más, estamos peor. El triunfo de Milei es un “Que se vayan todos” dentro del sistema. Y que es quizás imposible de explicar sin el advenimiento de los votantes de entre 17 y 20 años a quienes llamo la generación Facebook, porque nacieron al mismo tiempo que esa red social. Esos chicos nativos digitales, que trabajan para Rappi, que manejan criptomonedas y que nunca tuvieron billetera que no sea electrónica, no le tienen miedo a la simplificación, no tienen pertenencia con el pasado de los partidos tradicionales, y quieren que la realidad funcione con las facilidades del celular donde ellos deciden qué comprar, qué les gusta y no tienen fronteras. Es cierto, no son todos. Pero unen a un chico acomodado con Frankito que se baña como puede bajo un calefón que no caliente bien el agua. Ayer, en las calles, eran mayormente jóvenes los que abrazaban la llegada del futuro por el triunfo de Milei. El kirchnerismo nos había dejado en una forma de vida precelular, aunque todos ellos tuvieran un I Phone último modelo.
Otra cosa que hizo la diferencia en Milei, es que cree lo que pregona. Ganó diciendo exactamente lo que pensaba y no lo que algún gurú del marketing le recomendaba. Que del otro lado, Sergio Massa haya sido su contrincante dice mucho. Massa es el adalid del transformismo político. En su último disfraz se disfrazó de cambio. Pero como tuvo tantos disfraces, traicionó a tantos y estuvo con tantos, la gente ya no sabe quién es. O lo sabe finalmente ahora, que desprovisto de caretas, lo ve intentando rajarse de sus propias responsabilidades. En cambio, Milei, siempre fue Milei, para bien y para mal.
Sería imposible que el libertario hubiera ganado sin el apoyo de un sector de Juntos por el Cambio. Su triunfo es una reivindicación para un Mauricio Macri que lo ve hacer lo que él no pudo: aplicar sus propias ideas en vez de hacer kirchnerismo de buenos modales. La sagacidad del ex presidente y la grandeza de la candidata Patricia Bullrich ahora son mucho más que eso: son la garantía de gobernabilidad para tiempos que reconfigurarán todas las alianzas. Javier Milei necesitará negociar reformas con un congreso donde nadie tiene mayoría. Y tendrá delante un poder judicial fortalecido por su larga resistencia ante el kirchnerismo. La fortaleza más grande que tiene Milei, es el voto popular de casi quince millones de argentinos, y su voluntad de darles lo que les ofreció: cambios drásticos. Lo votaron a pesar de una campaña del miedo como nunca se vio en la Argentina. Se ve que daban más miedo los que estaban. Pero ahora, en medio de una crisis monumental, deberá cumplir con lo que prometió gestionando lo que llamó una situación crítica. “Hoy comienza la reconstrucción de la Argentina”, dijo, ambicioso. De ahora en más, muchos volverán a señalarlo como un loco, como un fascista, y como un inexperto. No le dirán nada que no le hayan dicho antes. No serán esos los que determinarán su destino, sino cuán capaz sea de cumplir con el mandato de sus votos: salir de la decadencia con las ideas de la libertad.