"No combaten a los narcos, abandonan a los adictos, ¿de qué lado están?"
Martes, 31 Mayo 2022 08:33

"No combaten a los narcos, abandonan a los adictos, ¿de qué lado están?"

Volvé a escuchar el comentario editorial de hoy de Cristina Pérez.
En un nuevo pedido desesperado, esta vez en  el Senado de la Nación, la madre de Chano Carpentier volvió a pedir cambios en la Ley Nacional de Salud Mental, la número 26.657. Su relato fue desgarrador y el motivo de su impotencia, de total sentido común. Uno de los puntos de esa legislación considera excepcional a la internación que no sea por voluntad del paciente, y la madre del cantante plantea que su hijo tiene la voluntad tomada por la droga, lisa y llanamente, con lo cual es imposible que sostenga la decisión de estar internado. 
Hace unos diez meses el cantante vivió una situación gravísima cuando en medio de un brote psicótico, se enfrentó a tres policías con un arma blanca de unos treinta centímetros y recibió disparos de uno de los uniformados que fueron llamados de urgencia a su casa de un country de Capilla del Señor. Entonces, Chano terminó en critico estado peleando por su vida durante más de un mes en una recuperación que su mamá había considerado milagrosa y una oportunidad para su recuperación. Al policía que le disparó le negaron en estos días el sobreseimiento y está imputado por lesiones gravísimas. 
Pero ese episodio límite, tampoco generó la remisión de sus adicciones. Esta semana su madre reveló cómo actúan en forma potenciada, bipolaridad, esquizofrenia y el consumo de drogas en su hijo, y que como consecuencia de la situación vivida con la intervención policial se le dificulta incluso que la policia acuda cuando ella pierde todo control. Tiene miedo de que su hijo, que hace 20 años se droga, amanezca un día sin vida. 
Cualquiera que conozca un adicto, o que simplemente siga las noticias que en forma permanente dan cuenta de la intemperie institucional que deja sin salida a las familias de adictos que intentan su recuperación, sabe que bajo la normativa de lo legal, hoy se termina concretando un abandono. 
En un país donde no se combate los narcos, donde los niños y jóvenes carenciados son carne de cañon de su maquinaria de tráfico convirtiéndose en soldaditos capaces de matar para conseguir droga desde temprana edad, donde desde las municipalidades aconsejan tomar poquito refiriéndose a sustancias que generan adicciones y por lo tanto lo poquito es mucho y un peligro como advirtió la propia Academia de Medicina, las políticas son al menos confusas, al menos erráticas y no poco sospechosas. El propio presidente de la Corte Suprema Horacio Rosatti señaló recientemente que en la indiferencia del estado frente al narcotráfico puede esconderse la complicidad.
 
¿De qué lado están los que sostienen políticas que convierten a los adictos en personas a la deriva sin rescate posible o simple material de descarte de un status quo que sólo favorece a los narcotraficantes? En los barrios más humildes la droga hace estragos y convierte a los jóvenes en delincuentes totalmente sacados. Una madre que no tenga la visibilidad de la mamá de Chano Carpentier, puede amanecer un día y ver a su hijo morir con droga adulterada o contemplar cómo en pocos meses se convierte en un “muerto vivo”, como relataban en las primeras épocas las madres del paco, que en algunos casos luchaban con la adicción de niños, ni siquiera adolescentes. 
Detrás de toda esta polémica, la ley de Salud Mental también esconde una interna de difícil comprensión para el común de la gente. El debate detrás de la ley sancionada en 2010, marcó un triunfo de conceptos llamados antipsiquiatricos, o que reducen la influencia de la psiquiatría en el tratamiento de los enfermos mentales, la pone a la altura de la psicología o el trabajo social y pone trabas a la internación ya que considera al hospital psiquiátrico un instrumento represivo o una especie de cárcel. 
Entre esa visión abolicionista, y la necesidad de evitar diagnósticos abusivos, se suceden situaciones, protagonizadas en muchos casos por adictos, en las que el vacío, o la falta de un punto intermedio, deja sin recursos a las madres, que luchan con un enemigo desigual y ven a sus hijos consumirse mientras consumen. Días pasados, un joven soldadito que se disponía a conceder una nota periodística para denunciar el narcotráfico en su Villa Lugano, de pronto sacó un arma y la puso en el pecho de los técnicos que lo asistían, le robó el celular y salió corriendo. Al ser consultada su abuela, explicó que ya no querían tener nada que ver con él porque era capaz de cualquier cosa para drogarse, y tenían que preservar al resto de la familia. ¿Cuántos adictos hay arrojados a su propio abismo? No lo sabemos. Conocemos sólo las historias que llegan a la luz pública, por los delitos que cometen para consumir, por casos resonantes de narcotraficantes, por situaciones brutales como la de las muertes por droga envenenada, o por las constantes noticias sobre Rosario, donde manda el narco, donde falta designar 40 % de los jueces federales, donde los fiscales salen a comprar una pizza con chaleco antibalas, los capos narcos tienen teléfono en la cárcel, donde los gendarmes que promete la Nación nunca llegan y los que llegan no alcanzan, y donde la policía en muchos casos es socia de los narcos. La cárcel no puede manejar la calle advirtió el presidente de la Corte. 
Ayer mismo, en las noticias también se conoció la historia de un joven que había saltado a la fama por su talento como cantante lírico, y  que había cantado ante el Papa, Maradona y Julio Iglesias pero que ahora estaba en las crónicas policiales por fugarse de un control y chocar varios autos, dando positivo de consumo de cocaína en un narcotest. Así cantaba Matias Savi que hoy tiene 18 años. 
Hoy se encuentra en prisión domiciliaria y seguramente sus padres, que lo entregaron a las autoridades policiales el mismo sábado, por el incidente en Libertador y Sinclair, se preguntan cómo salvarlo, cómo actuar a tiempo. 
El drama de las adicciones cruza transversalmente el mosaico social y ataca mayormente a la población joven, pero puede convertirse en el sino trágico de toda una vida. Chano Carpentier tiene 40 años, y hace dos décadas que su madre intenta lo que hasta ahora le resulta imposible. Su hijo ya no es un muchacho, es todo un hombre, con una carrera exitosa, que tampoco tuvo más fuerza que sus adicciones. Hoy dice “No quiero estar en el velatorio de mi hijo”
¿Cuántas madres hay como ella? ¿Qué falta para que se discuta y reformule una legislación que lejos de las teorías y las líneas políticas o ideológicas, hoy deja un vacío demasiado parecido al abandono para quienes intentan que sus seres queridos no se mueran de un momento a otro por una sobredosis? ¿De qué lado están?