La editorial de Cristina Pérez: "Recuerdo a los héroes de Malvinas"
Viernes, 01 Abril 2022 15:05

La editorial de Cristina Pérez: "Recuerdo a los héroes de Malvinas"

Escuchá el comentario editorial de la conductora de Cristina Sin Vueltas.

Página para recordar a los héroes de Malvinas.  Esta semana conocí a cuatro ex combatientes. Me nació darles un abrazo como si fueran parientes con quien uno se reencuentra. Sólo me salió una palabra, casi en un susurro: Gracias. Es curioso. Malvinas fue una guerra demencial declarada por un borracho, que estaba perdida desde el momento en que fue concebida. Pero tuvo héroes que desafiaron la bajeza de sus ideólogos y la cobarde “sombra del dictador sobre la patria”, parafraseando a Borges. Los hizo héroes la descomunal desventaja militar, la desgarradora indefensión, la juventud sacrificada. Los hizo héroes dar la vida por la patria, eso que somos todos. Seamos como seamos. En las vueltas de la historia, los hizo héroes parirnos sin saber, la democracia. La locura de aquella guerra terminó de sepultar a la dictadura. Siempre, para ejercitar la comprensión, aunque parezca ser una fecha que se repite, es bueno tomar la oportunidad que da el tiempo y su perspectiva, y volver a lo más cercano. Pensé en el hijo de un amigo, de 17 años, que aún tiene en la cara gestos de niño, que es delgadito y un poco desgarbado porque acaba pegar el estirón, que es un poco tímido aunque ya sabe qué quiere estudiar, y lo imagino de pronto con un fusil. Recuerdo también esa tarde en el colegio cuando escribí, a mis 8 años, una carta para un soldado imaginario. Yo tenía 8 años. Ahí vuelvo a mirarlos. Y pienso que mientras hago el ejercicio de comparar o repensar, ellos vivieron acarreando la guerra en sus espíritus, durante toda la vida. Con el látigo de la primera ingratitud, esa de traerlos por el patio de atrás luego de usarlos. Con el olvido, que es otra forma cruel de la ingratitud. Con los arrepentimientos de una sociedad que primero celebró la guerra, que creyó en la hazaña, que llenó plazas de batalla y arengas bélicas, y luego tuvo vergüenza. Eran pibes. Cuentan que los maltrataron sus propios oficiales, mucho más que sus enemigos. Pasaron hambre y frío. Tuvieron miedo, mucho miedo. Les robaron la inocencia, se las arrancaron. Muchos no volvieron más y sus familias los esperaron por años, sin poder creer, que jamás regresarían, con sus cositas intactas y el dolor sin poder ser nombrado. Hasta que las cruces blancas tuvieron grabado su nombre, muchos durmieron en el silencio del soldado desconocido por casi cuatro décadas en el Cementerio de Darwin. Las consideraciones geopolíticas, la locura de declararle una guerra a una potencia militar, vencedora de dos guerras mundiales, la especulación demagoga para la última propaganda, la desmesura criminal hasta el extremo de usar la patria y el patriotismo, la desproporción entre la vanagloria y mandar a esos chicos como carne de cañón. Este aniversario, de la guerra de Malvinas, con su número redondo, llega con resonancias inesperadas. La invasión rusa a Ucrania ha devuelto el espanto a las almas del mundo. Ofrece un acercamiento al horror, aunque los conflictos nada tengan que ver. Nunca terminan los duelos de una guerra. Ni termina la expiación. Ni se alivia la noche de la trinchera para quien la sobrevivió. Hay una coincidencia entre Marcelo, Julio, Luis y Carlos, a quienes entrevisté para un programa especial en la televisión. Tienen culpa de haber regresado con vida. Todos estos años vivieron sobreviviendo. Algunos de sus compañeros no pudieron resistir. Ha pasado el tiempo, han pasado los gobiernos, ha golpeado una y otra vez la hipocresía del poder. Hace un par de semanas nomás, ex combatientes que pedían mejoras en la atención médica fueron reprimidos por la policia. Los mismos que no impiden una marcha de esas que interrumpen el tránsito y le arruinan la vida a todo el mundo, molieron a palos a veteranos de Malvinas en las puertas de la Anses. Quizás hoy, esos mismos, hagan discursos pomposos. Estos cuatro hombres, contentos de ser recordados, llorosos como esos chicos que fueron, cuando empuñaron armas viejas, infunden el respeto de la historia, hacen comprender el honor, despojados de los usos políticos y de los oportunistas de siempre, se emocionan por el homenaje y el abrazo. Son discretos, sinceros y sufridos. Aman la bandera. Con ella nos sacamos una foto. Conocen el ruido y la furia de la guerra. A eso nadie escapa. Cuando pensamos en héroes, evocamos la épica y solemos olvidar las cicatrices. Ellos las llevan en el alma y en el cuerpo. Y reciben el último abrazo como quien siempre está volviendo. Vuelvo a decirles gracias y se me hace un nudo en la garganta. Perdón, perdón y gracias.