Cuando el presidente argentino defendía a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua en la Cumbre de las Américas, un avión sospechoso con historial de vínculos con el terrorismo surcaba el país sin registro. ¿Él lo sabía? ¿Hubo protección y presiones para que se asistiera con combustible a la aeronave ante la negativa de las empresas petroleras que reconocieron sin demoras las sanciones internacionales que parecieron no llamarle la atención a las autoridades locales? ¿Estaban en una misión de espionaje o logística para alguna actividad terrorista? Son algunas de las inquietantes preguntas que se desprenden de un episodio que da escalofríos por sus posibles implicancias.
Ya no se trata de la errática política exterior argentina en la que el propio presidente coquetea con autócratas y la vicepresidenta elogia el régimen chino como el ideal a pesar de que allí no existen libertades. Se trata de un episodio que va mucho más allá de lo discursivo y pone a Argentina en línea de asociación con el país acusado por los atentados a la Amia y a la Embajada. Para encontrar antecedente hay que volver a uno de los episodios más oscuros y que sigue en las sombras: el asesinato del fiscal Alberto Nisman cuando se aprestaba a denunciar ni más ni menos que a la entonces presidenta Cristina Kirchner por un pacto espurio con ese país.
En estas horas, la embajada israelí en Argentina saldó la discusión sobre el calibre de los personajes que trasladaba el avión con bandera de Caracas de la empresa Embratur que hasta hace sólo seis meses perteneció a una compañía iraní llamada Mahan Air, vinculada a actividades terroristas. La embajada habló de “un grupo de funcionarios iraníes” que venían en la aeronave, entre los cuales se encontraba “un alto ejecutivo de la empresa aérea persa Qeshm Fars Air”. Su preocupación está centrada según afirman en su comunicado oficial, en que ambas empresas mencionadas se dedican al “tráfico de armamento y traslado de personas y equipos para la Fuerza Quds sancionada por actividades terroristas y ligada a consolidar la influencia de Irán en Sudamérica como base para acciones terroristas en el continente”. No extraña que inmediatamente se conociera también las declaraciones del embajador de los Estados Unidos, Marc Stanley manifestando que siguen “con gran interés las investigaciones judiciales y policiales”. Ambas potencias agradecen los esfuerzos investigativos de las autoridades argentinas. Esa delicadeza es también de índole política. Nada interesa más a Washington que permanezcan alineados a Occidente los países del Continente. Porque eso es lo que parece estar en juego en las oscilaciones que sacuden a la región y que Argentina representa en forma evidente.
Los argentinos manifiestan indudable favor por la democracia, pero las actuales autoridades demuestran el permanente alineamiento con regímenes autoritarios. ¿Hasta donde llegaron en ese sentido? Las preguntas de Nisman vuelven a hacerse sentir.
Esta semana la prestigiosa revista The Economist pone en tapa a América del Sur con un inquietante título: “Cómo decaen las democracias: la advertencia de Latinoamérica”. Considera que el “círculo virtuoso” al que dio pie el boom de las commodities dio paso a “un círculo vicioso” que la estanca en “una trampa para su desarrollo” con diez años de estancamiento, y políticos que mayormente son vistos como corruptos o centrados en aprovecharse del poder, pero que han sido incapaces de acordar las reformas necesarias para hacer eficientes a las economías. En este contexto el editorial del número dedicado a nuestro continente, advierte sobre “un espiral descendente” donde a pesar de que la mayoría de la gente quiere vivir en democracia hay una creciente audiencia de quienes prefieren las autocracias. ¿Les suena conocido?
La alerta que sigue es mucho más grave. Dice The Economist, “El riesgo no sólo es que las democracias se vuelvan dictaduras, sino que el continente se aleje de Occidente”. Destaca que algunos países de la región dominados por gobiernos de izquierda parecen inclinados a volver a los alineamientos de la guerra fría. No hace falta recordar la promesa de Alberto Fernandez a Vladimir Putin sobre ser “la puerta de ingreso de Rusia a Latinoamérica”, ni la tácita defensa de Cristina Kirchner de la invasión a Ucrania, o la preferencia ideológica hasta por las vacunas chinas y rusas contra el Covid, para advertir esto.
El año que viene Argentina cumplirá 40 años de democracia y los argentinos en su mayoría la eligen como el sistema en que quieren vivir. Episodios como el del avión, en el marco de los oscuros alineamientos del actual gobierno con rancias dictaduras, además de su permanente avanzada contra la división de poderes, abren la inquietud sobre hasta dónde son capaces de llegar en sus notorias alianzas con los regímenes más nefastos del planeta.