La casa de Cristina es un santuario, dice Andrés el Cuervo Larroque. Los manifestantes hablan de vigilia, una palabra litúrgica. ¿De qué se trata la obra? De creer en Cristina Kirchner. La manifestación es el mensaje. Y tiene que parecer una misa.
No habría una movilización en las inmediaciones del departamento de la señora si ella no quisiera. La desactivaría en un segundo. Al mismo departamento donde según algunos expedientes llegaban bolsos con dólares, llegan colectivos organizados, militantes rasos, barras, sindicalistas y enviados varios del conurbano. Por un lado, buscan sustentar el slogan que corrió como oración: “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”. Frase de cancha como corresponde a un fulbito para la tribuna que conlleva una grave amenaza institucional en el caso de que Cristina Kirchner, acusada de corrupción, resulte condenada. Aunque tenga tono de cantito de Clemente, es lisa y llanamente un apriete a los jueces. Pero también una extorsión a la sociedad toda. Nadie tendrá paz si Cristina es condenada. Con esa penitencia intimidan los sacerdotes camporistas. El desafío a la ley tiene tono mafioso, aunque esté revestido de fervorosa épica política. Es curioso, porque Cristina Kirchner está a derecho. Según ella misma se jacta, siempre se presentó en los tribunales. Y nunca se profugó. Sin embargo, es ella la que paradójicamente, impugna el sistema al que procesalmente se allana. Porque más allá del show, Cristina sabe que ese es el sistema. Pero necesita el show. Por varios motivos. Para condicionar a los que dicten sentencia, seguro. Porque aparentemente no tiene muchas pruebas para defenderse del entramado de corrupción que denunció Diego Luciani. Como muestra una vez más su tuit de ayer, compartiendo una entrevista realizada a un juez de la suprema corte de Santa Fe, por lo pronto sólo busca invalidar la prueba, especialmente el teléfono de José López que la desvela y cuestiones procesales. Por otro lado, busca ensuciar a jueces y fiscales. Ayer en el día del abogado, militantes disfrazados de dinosaurios se pasearon por la facultad de derecho mofándose del fiscal que la acusa y de los jueces que la juzgan. Pero lo que pasa en la puerta de la casa de Cristina, tiene además una razón capital en su supervivencia. Se trata de escenificar para que lo vean las cámaras una y otra vez que hay cientos de personas que creen en Cristina Kirchner, como si fuera una figura casi religiosa a la que se le tiene fe, a la que cubre una especie de infalibilidad, porque en el terreno de lo religioso no se discute en términos de razón y la verdad es absoluta.
Recientemente se conoció una encuesta de la Facultad de Psicología realizada en las cuatro principales provincias, según la cual, apenas un 43% de los votantes del Frente de Todos cree en la inocencia de Cristina. El 26% la cree culpable y el 31% no tiene opinión. Si se toma el total del universo consultado, el 80% cree que Cristina es culpable. La condena social es inapelable. Habría que ver si a sus votantes les importa o no que cometa hechos de corrupción y si esto afecta su voto, y es importante señalar que la corrupción baja al noveno lugar de las preocupaciones entre los votantes del Frente de Todos mientras se encumbra en el segundo puesto a nivel general. Aquí apuntan también las movilizaciones cuidadosamente armadas en la puerta de la casa, que ahora un juez kirchnerista saltando por encima de la autonomía porteña como un trapecista pretende dejar en manos de la custodia de la señora. Lo que pasa en la puerta de la casa de Cristina es para que lo vean en vivo y en directo los que perdieron la fe y vuelvan a creer si ven a otros fieles. Creen en Cristina y le creen a Cristina, es el mensaje que se quiere forzar.
Los guionistas sin embargo, deberían tener cuidado. La gran tribuna, la sociedad toda, también está viendo que no hubo ni hay una movilización multitudinaria y que se nota mucho que la señora entra y sale a la hora del prime time o diciéndolo de otra manera, buscando exhibir sus saludos y su contacto con la militancia. No deberían perder de vista a la gran tribuna que no come vidrio. Que conoce todos los trucos. Esa que está viendo otro partido en el que la llenan de goles, porque la plata no alcanza y la inflación le hace la vida cada vez más miserable. Esa tribuna que verá subir este mes casi todo lo que consume, y también la luz, el gas, la prepaga, los colegios y el subte. Esa tribuna, está viendo que a Cristina no le interesa en absoluto lo que a ellos les pasa y que sólo dedica su poder, y el poder a sí misma y para sí misma. Vaya alteración de la cosa pública si los servidores públicos están ahí para ellos y no para todos. Cosa que es en el fondo lo mismo que aparece en la causa Vialidad, pero con implicancias penales. Dineros públicos extraídos para enriquecimiento privado en detrimento de todos.
También hay una defraudación pública si la política se propone como religión porque deja de considerar a las personas ciudadanos y soberanos como lo postula el sistema democrático. Son más bien instrumentales al poder, fieles, devotos, que no cuestionan. En el caso del kirchnerismo hay una cuestión de sustento simbólico de importancia capital, en la puesta en escena de Recoleta, porque en la movilización también comenzaron la campaña. Hay un mensaje de implícita candidatura y aprestos electorales que llega en directo al resto del peronismo, por ahora un inquieto espectador.
La vicepresidenta ocupa el centro de la escena y lo ocupa tan bien que incluso incomoda y hasta pone en crisis a la oposición. Aunque también hay que decir que las tensiones que revela en la oposición estaban desde antes y en todo caso, la polémica en torno de Cristina, lo que hace es adelantar la interna que ya se dirimía y debe dirimirse por el liderazgo. Lo que pasa en un lado de la grieta es determinante para el otro. ¿Quién puede garantizar el orden? ¿Quién es el líder o la líder política en condiciones de enfrentar un kirchnerismo radicalizado si Juntos por el Cambio es nuevamente gobierno? Esa es la pregunta de fondo. También ellos son obdoservados por la tribuna grande. Esa tribuna grande donde ocurre la vida real y donde, como decía antes, están mirando otro partido; donde preocupan la inflación, la corrupción y la inseguridad. Según el informe citado del Observatorio de Psicología Social Aplicada, el 86% de los consultados señala a la inflación como el principal problema del país, seguida por la corrupción que le interesa a un altísimo porcentaje: ni más ni menos que al 73% de los encuestados. Eso pasa en la tribuna grande.
Es muy posible que en esa tribuna de un país empobrecido, ocurriría lo mismo que en la cancha de Boca, donde mucha más gente de la que llega a la casa de la señora Kirchner, -unas 50 mil almas que no podrían ser tildadas de impopulares en el estadio más popular del país-, cuando alguien no tuvo mejor idea que dedicarle un mensaje a Riquelme y a Cristina, hicieron tronar un impresionante silbido y/o abucheo.
Nadie puede auscultar si el descontento era por meter la política donde no corresponde, porque la silbaron a ella, o porque está hartos de que la política se dedique a sí misma. Lo que no deberían perder de vista los guionistas de la kermese de Recoleta, es que se les complica en los tribunales y también en la tribuna donde el partido que se ve es el de la crisis y el ajuste. Cuidado con el fulbito señora, porque la gente la está pasando muy mal y ustedes no tienen mejor idea que tensar la cuerda.
Los argentinos, especialmente los que sufren, no lo merecen. Sus políticos deberían estar trabajando para dejar al menos de empeorarles la vida.