Jueves, 28 Marzo 2024 13:02

"Una Argentina rica con argentinos pobres"

Volvé a escuchar el comentario editorial de Cristina Pérez en Cristina Sin Vueltas.

Una Argentina rica con argentinos pobres. Una Argentina que puede alimentar al mundo pero a cuyos ciudadanos les cuesta acceder cada vez en mayor número a los alimentos más básicos.

Se supo en estas horas que el gobierno que tendió la mesa del hambre se fue con mucho más hambre, a pesar de jactarse de su defensa de los sectores más necesitados. Comparándolo con el fin del macrismo que también empeoró la marca, Alberto y Cristina Fernández sumaron 3,5 millones de nuevos pobres y 1,9 millones de indigentes. El mayor pecado del 41,7 % de pobres con que cerró el año pasado se hace un insoportable 58,4% cuando se habla de los chicos de entre 0 y 14 años.

El nuevo presidente no oculta que la marca ya es peor: Javier Milei habla de un 50% de pobres y los analistas reconocen que ya en el cuarto trimestre del año pasado la marca se empinaba hasta el 45%. Cada día hay 5 millones de compatriotas que no tienen lo suficiente para comer.

Haciendo un ejercicio simplista pero útil, uno podría decir que para reducir la pobreza hay que crear riqueza. Ahí radica parte del problema: Argentina no crece desde hace doce años y el modelo kirchnerista buscó mayormente redistribuir lo que ya existía, necesitando una cada vez mayor carga impositiva para sostener un estado cada vez más grande que pudiera asistir a los cada vez más pobres que ellos mismos creaban. La paradoja de la inclusión fue que terminaron incluyendo en la pobreza, en la nómina de planes sociales, mientras la economía languidecía.

El nuevo gobierno fue elegido como en un volantazo brusco de la sociedad. La gente dio por agotado el modelo k en medio de su exhibición más grotesca: el plan platita del candidato Sergio Massa. Ni la repartija de lo que ya no había sirvió para engañarlos. Ese camino iba directo a cristalizar una Argentina sin salida para el empobrecimiento.

Los dolores de sanear ese sistema son los que estamos atravesando ahora. Un gran porcentaje de la población cree que Javier Milei logrará bajar la inflación, pero a un mismo porcentaje lo preocupa que tarde en recuperarse la economía. El nuevo gobierno goza aún de un crédito alto para recorrer este camino y en gran parte tiene que ver con el reconocimiento de que el otro modelo estaba agotado y que hay una voluntad férrea para abrazar el cambio. Pero más allá de las señales económicas positivas en diversos indicadores, debería desvelar a la política poder avanzar en reformas que ayuden a empujar la reactivación y no mantener burocracias esclerosantes que esconden privilegios y los vestigios de un estado controlador de todo mediante miles de regulaciones.

Podría bastar con señalar la hipocresía del triunvirato del gobierno anterior que desde un púlpito pontifica sobre la pobreza cuando no hicieron más que multiplicarla y no se hacen cargo de la parte que les toca en la responsabilidad, que por cierto es mucha. Pero salir de la pobreza requerirá más que señalarlos. Por lo pronto pavimentar el camino para generar riqueza con reformas que incluyan más personas en el trabajo registrado, con facilidades para los que quieran iniciar negocios, con garantías para los que quieran invertir en Argentina, con obstáculos para los corruptos en vez de cepos para los honestos, con un fomento decidido de la educación para el mundo real. El mundo vive una acelerada transformación digital y aquí no podemos lograr que los chicos salgan del secundario con comprensión de textos. América Latina es el continente más rezagado y Argentina uno de los países que más se empobreció en el último siglo.

Entonces, si los argentinos no quieren que la pobreza se convierta en un destino, que la paradoja de un país rico con ciudadanos pobres se cristalice, debe haber un rumbo de reformas claro, y ese rumbo requiere de toda la política. La catástrofe de pobreza que hoy nos interpela es la evidencia más clara de que no se podía seguir como veníamos. No se trata de distribuir. Se trata de producir. No se trata de asistir. Se trata de trabajar. No se trata de controlar. Se trata de liberar. Es incomprensible que un país con tantos recursos sea el artífice de su propia trampa.

Quizás estos días aciagos puedan encontrar una oportunidad para barajar y dar de nuevo. La realidad toca la puerta con mano pesada. El Pacto de Mayo debería servir para poner al menos objetivos comunes en medio de tantos desacuerdos. Es responsabilidad del gobierno y de la oposición. Tengan por seguro que los argentinos que llevan la mochila de la crisis en la espalda definitivamente los estarán mirando.